domingo, 11 de septiembre de 2011

El juego de lo incierto.

La noche, se convirtió en un infierno para Karla. Era dificil conciliar el sueño, con esa sensación de frío que recorría su cuerpo, la soledad la ahogaba, estrangulandola con irregulares pesadillas.
La televisión, fue su consuelo mientras veía el discurrir de las horas, con la impaciencia de un condenado que espera su muerte.
El reloj rompió el silencio, sobrecogiendo su alma, marcaba las siete cincuenta de la mañana, hora  de marchar al trabajo.
Karla se incorporó del sofá y se adentró al baño, no dejaba de repasar en su mente aquellas pesadillas irregulares donde conocía el horror de su propia muerte.
Otra vez, aquel escalofrío invadió su cuerpo, rompió a cantar para desterrar la angustia que sentía. El timbre de su puerta vino al rescate, se envolvió en una toalla y se apresuró a contestar. Del otro lado del telefonillo nadie contestaba, miró a través de la ventana y la calle estaba desierta. Se encogió de hombros y se vistió.
Un café bien cargado, vino a revitalizar sus vidriados ojos. Besó la foto de su ya desaparecido padre, abrió la puerta y se dirigió rumbo al trabajo. Comenzaba el día para ella.
La calle estaba vacía, cosa normal a esas horas, y algo a lo que Karla estaba acostumbrada. Ella llevaba años haciendo el mismo recorrido, pero hoy era distinto, sus sentidos estaban alerta y el miedo se apoderaba de su cuerpo sin razón aparente. Dobló la esquina y se dirigió a coger el metro que la conduciría al bloque de oficinas donde trabajaba, cuando de repente apareció él.
El hombre que durante la noche la atormento con irregulares pesadillas. Ese hombre de mirada perdida y rostro duro, con una fina barba de día y medio. El extraño personaje le preguntó por una dirección, su idioma era distinto, quizás del este, pensó Karla, mientras observaba el dedo que indicaba un lugar en el mapa. Karla sonrió amablemente, tenía la intención de indicarle hacia donde debía dirigirse, cerca de allí había una oficina de atención al turista. Cuando de repente la brisa le entregó un olor intenso a azufre. Volvía de nuevo esa extraña sensación, levantó la vista, moviendo la cabeza en señal de negación y aceleró su paso.
Quince pasos había dado ya, cuando decidió voltear la cabeza, descubriendo que el extraño caballero seguía tras ella con una sonrisa irónica y ese intenso olor a azufre. Pensó en correr, pero sus piernas no le respondieron. Llamaré a alguien, se dijo, pero su movil se había quedado sin batería. ¿Qué hacer?
La desesperación invadia su consciente, haciendola presa fácil de lo incierto. Un cruel rayo, dejó la iluminada calle a oscuras. Todo su cuerpo se paralizó, sentía como los edificios cerraban sus pasos, tocó su corazón y no sintió su latir. La vida se le escapaba, como en aquellas irregulares pesadillas.
Algo tocaba su hombro, era él, el caballero extraño.La tenía en sus brazos, su miedo ya no existía. La adrenalina lo apagaba, no sentía nada, solo una rabía incontrolada.
Estaba cansada de huir de aquel reflejo, su cuerpo reaccionó de manera involuntaria. Un bilico vómito recorrió su garganta, derramandose con violencia sobre su ropa. Las lágrimas recorrian sus mejillas rojizas de tanto calor. Aquel ser extraño la seguía teniendo atrapada entre sus brazos, arrastrandola a un infierno del que no podía escapar.
Con el asa de su cartera rodeó el cuello del extraño ser, y revolviendose con una agilidad boetica, comenzó a ahogar al extraño de olor a azufre.
Notaba como se apagaba su aliento mientras luchaba por deshacerse de su horca constricta. La energía que desprendía aquel extraño ser la hacía más fuerte.
Sintió un intenso olor que no era azufre, aquel ser se había defecado, ya no se resistía. Karla soltó suavemente el asa que rodeaba el cuello del hombre de olor a azufre, estaba tranquila, serena, con una leve sonrisa, había burlado el cruel destino que la esperaba desgarrante en irregulares pesadillas.
La conciencia le volvía, ya no estaba inerte, ni se sentía enagenada, todo había pasado o no.

La avenida recobró la luz y otra realidad aparecía. Karla yacía en el suelo, defecada, vomitada y con un extraño lazo hecho con el asa de su propia cartera.
Nunca hubo un caminante extraño, su mente la llevó a sucumbir a sus miedos, haciendola presa de su propia violencia. Su materia yacía muerta en medio de un río incesante de curiosos, mientras su espectro vagaba errante lleno de rabia y frustración, atormentandose mientras recordaba aquellas intermitentes pesadillas.
La daga pensante.

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