martes, 27 de diciembre de 2011

Amelia.

La noche se arrodillaba a sus pies, como fiel sumisa de su mirada.
El recuerdo de siglos pasados, cubría la soledad de su alma y hasta el hechicero miedo, reverenciaba su sombra.
Nadie sabe cuantos siglos ha vivido, ni cuantas almas ha destrozado con su belleza.
Pero cuentan, que hasta el mismo señor de las tinieblas rindió culto a su presencia, entregándole la inmortalidad como forma de pago a su gélida sonrisa.
Amelia, Amelia susurra el silencio vacío de un corazón ausente. En su andar no asoma la piedad, ni en sus palabras el consuelo.
Dios la evita y el diablo la agasaja, mientras la humanidad sigue su curso ausente de una realidad de siglos que se mecen entre la penumbra y el misterio.
Pocos son sabedores de su presencia.
Pocos se atreven a mencionar su nombre, sin que un sugestivo escalofrío les recorra el cuerpo.
Mientras ella, vaga entre mortales sin latidos en el corazón y una herida en el sentimiento.

Noche de primavera siglo III.
El hombre vivía adorando la cruz, defendiendo la cruz, conquistando por la cruz.
La joven Amelia, soñaba con noches iluminadas de pasión y ternura junto a su amado.
Su mundo los tulipanes y el hermoso valle de Hart, donde la vida era apacible y tranquila.
La llamada de Dios, se apoderó de su alegría y su amado partió en nombre de la cruz a tierras lejanas.
Años aguardó la bella Amelia, años de esperanzas que fueron arrebatados al escuchar el lamento escrito por su amado: "Dios, me ha dado la espalda Cara Amelia. Muero en agónico sufrimiento. Las almas que he arrebatado, me torturan en la noche. Adiós amor mío."
Amelia con sangrientas lágrimas, atravesó su corazón con el filo de una daga, pero tal era su dolor, que su corazón no le sangró ni la vida escapó.
Se le heló la mirada haciéndole más bello el rostro.
Su sonrisa se volvió atractiva, pero vacía.
Y su cuerpo, un magnético embrujo para los hombres de fe, que mueren al conocerla mientras ella busca su fría venganza en la oscuridad de la sumisa noche.
Año tras año, siglo tras siglo, alma tras alma.

La daga pensante.

martes, 20 de diciembre de 2011

Un descuido, una esperanza.

Pedrito era un niño de seis años, nacido en Managua, Nicaragua. Cada mañana, sus inocentes ojos veían la luz del día a la misma hora, no porque el pequeño Pedrito tuviese un bonito y molesto despertador, sino porque sus inmaduras tripitas, le solían hacer un ruido gracioso producto de la poca ingesta de comida.
El pequeño, lo primero que hacia al despertarse era besar a su virgencita, pidiéndole que le diera mucha salud a su mamá, que estaba cuidando a un niño pequeñito como él allá en el norte. Después se aseaba su linda e infantil carita y corría al encuentro de su abuelita.
Su abuelita siempre recibía a Pedrito con un sonriente :
-Buenos días mi angelito, como ha dormido usted.
-Bien abuela, aunque tengo un poco de hambre, ¿tenemos algo para desayunar?.
-Si mi niño.- le respondía su dulce abuela, a la cual le gustaba sorprenderlo con algún humilde dulce casero.
Juntos se sentaban a la mesa, y también juntos le agradecían a Dios su existencia y los alimentos que comerían. Después la tierna abuela, le daba un beso al niño y este salía a entregarse a la mañana con una irregular realidad, y es que el pequeño, cada mañana se dirigía con su inocente y bella sonrisa a los vertederos donde recogía latas y algunos plásticos con los que ayudar a su longeva abuela.

Un día la fortuna sonrió al pequeño. Este revolviendo y rebuscando en la infecciosa y maloliente basura, encontró una cartera repleta de billetes verdes.
Al observar el descubrimiento, el pequeño Pedrito, salió corriendo como ángel que lleva el viento. Llegó a casa y con la fuerza provocada por la alegría y la adrenalina, empezó a gritar:
-Abuela, abuela, mira lo que encontré.
-¿Qué ocurre ángel mío?
-Abuela, he encontrado esta cartera repletita de dinero.
La abuela miró al niño, y con dulzura, cogió la cartera que Pedrito llevaba en las manos, y sin dudarlo le dijo con gesto serio:
-Ángel mio, este dinero no nos pertenece. No es de buen cristiano, tomar algo que no se ha ganado con el sudor de la frente, así que vamos a llevarla a la policía y que estos, se la devuelvan a su legitimo dueño.
Pedrito agarró la mano de su honrada abuela y juntos marcharon a la comisaría, donde dejaron a buen recaudo dicha cartera.
De regreso a casa, la abuelita, invitó a un helado al pequeño. Degustaban de la delicia helada, cuando de repente un camión saltó la mediana, impactando sobre el muro donde descansaba el niño.
Su abuelita gritaba desconsolada mientras algunos buenos samaritanos, lograron parar un coche y a la pronta carrera se dirigieron al hospital.
Yo terminaba mi turno de guardia en pediatría, cuando la policía, me hizo entrega de mi extraviada cartera encontrada por un niño.
-Casualmente, es este niño que acaba de entrar en la camilla, quien la ha encontrado.- Me dijo el policía con gesto de asombro.
Mis ojos se detuvieron en sus pequeños ojos sin apenas vida. Me volví a enfundar en mi bata medica y grité:
-¡A quirófano!.
Aquella mañana, de manera irónica, un niño cambió su vida a través de una bella y honrada acción. Hoy el pequeño Pedrito cumple ocho años, feliz en compañía de su dulce abuela, su mamita y de este médico despistado que entre su basura, dejó su cartera repleta de billetes verdes.

La daga pensante.

martes, 13 de diciembre de 2011

Reflejos.

Espejos, vivimos rodeados de espejos, convertidos en horas, días, calles, maestros, políticos, diseñadores, religión.
Somos la imagen difuminada de muchas imagenes, perdidas en una gama de ideas sin matices ni colores.
Ya no existe el yo, ni el pensamiento propio, solo reflejos en espejos que se disfrazan de actualidad y cotidianidad.
Ya no alumbra el sol, en su lugar, ha quedado un reflejado eco de luz.
La luna ha dejado de ser complice de los poetas, porque ahora la musa se llama Internet.
El romanticismo, vaga en hordas páginas virtuales al igual que el olor de las rosas.
No hay imagen, sino reflejos.

Todos hemos sido seducidos por el frío cristal, incapaces de escapar de este mundo rodeado de espejos, que nos atrapa y nos induce a ser igual que él, aquel, ellos.
Alejándonos de la propia conciencia, e invitándonos a devorar la vida y despreciar los años. Convirtiéndonos así, en inmerecidos amantes de lo bello. Porque hasta lo bello, se ha convertido en un efímero recuerdo para aquellos, que se aferran a ser distintos a la marabunda de seres mecánicos atrapados en espejos, que viven felices siendo igual que él, aquel, ellos.

La daga pensante.

Como en un tango de Gardel.

Como en un tango de Gardel, nuestro amor vivió.
Con la pasión desenfrenada y la ilusión ardiente, nos devorabamos con el pensamiento, mientras nos amábamos con dulces caricias.
Bailábamos al ritmo de una luz tenue, sin más compás que las emociones, unas veces intensas, otras tiernas.
Me dejaba por ti llevar, aun cuando yo manipulaba con hilvanadas palabras tu vida, y tu, fingías ese varonil instinto dominante dándole así, mas sentido a nuestra fantasía.
Y sin atrapar el recuerdo, ni almacenar la ilusión, devoramos nuestra relación cuando más nos hizo falta, y de hambre se murió nuestro amor.

Como en un tango de Gardel, vago por mi nostalgia, llorandote, saciando mi sed de amar en ese escondido rincón donde duerme el fracaso y se oculta el valor.
Valor de empezar la vida sin ti, sin tu pasión, sin el sabor de tu sonrisa, de ese abrazo que se durmió en el tiempo, y que aún siento yo.
Como en un tango de Gardel, desgarré mi alma al compás de su voz.

La daga pensante.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Julietta.

Tacones de aguja, sonrisa fingida, Channeles que adornan su cuerpo vacío.
Cartier que acompaña el tic-tac de sus horas.
Champan en la mesa y un cigarrillo que espera.
Postura perfecta, mirada felina deslumbrando la noche y su trastienda.
Así es Julietta.
Cincelada ladrona de llenas cartera y vacías conciencias.
En su mente una meta, un feroz apetito, maestra de amores, esclava del vino.

Cual sola se encuentra su alma vacía, mientras su mente ambiciona pisar alfombras y fiestas.
Un yate que atraca, un mercedes se acerca, prepotentes palabras y un destino que espera.
Le sonríe la vida, el dinero la desea.
Y ella cual fiel sumisa, con la complicidad del diablo trampea.
Extraño camino, su corazón se rebela, y en tierra de nadie hoy se encuentra Julietta.
Ya no hay tacones de aguja, ni champan en la mesa.
Se le escapó la fingida sonrisa y la postura perfecta.
El umbral de los años corona su belleza, las arrugas dominan a la perfecta Julietta.
El recuerdo es un eco, la nostalgia un anhelo de aquellos años vividos y cigarrillos que esperan.

La daga pensante.

lunes, 5 de diciembre de 2011

El barquero.

Cada día el barquero cruza el río del olvido, trasladando consigo, su proscrita carga de almas derrotadas, sumidas en la agonía de vivir una infesta eternidad.
A cada milla se oye el lamento espiritual del coro, voces apagadas por el pecado carnal de vivir lejos de la palabra de Dios.
En cada viaje el silencio se apodera del eterno servidor, el más leal guardián, que con sumisa responsabilidad acepta cruzar el río del olvido, adentrándose en los confines del infierno, llevando consigo a condenados moradores de la lujuria, la codicia y el odio.
Sin rostros para el recuerdo, pero con nombres de vidas pasadas.
Algunos anhelan el arrepentimiento, otros simplemente desean vivir en la misma pecaminosa existencia.
Y él, el barquero, siente que cada vez su carga es más pesada arrancándose las lógicas preguntas.

¿Que sucede entre mi señor y los mortales?
¿Hacia donde camina la humanidad?
¿Son ellos los condenados, o estas almas que surcan el río del olvido?
¿Soy el guardián del bien, o simplemente separo la conciencia de la inconsciencia?
¿Tendrá Dios sitio para tantas almas rotas?
Cada día, el barquero cruza el río del olvido, llevándose consigo lo inmoral, lo inhumano, lo proscrito, mientras su corazón en silencio se pregunta si algún día la humanidad, vivirá sin sus servicios.

La daga pensante

Melancolía.

Cada noche mi tristeza se funde con un viejo piano, acompañando a rostros que aderezan su tiempo con cigarrillos y conversaciones vacías.
Cada noche, mi dolor arrebata a la melancolía un lamento convertido en melodía con la que armonizar el desvelo alcoholizado de aquellos que se entregan al delirio de la noche, amantes inconscientes de la profusa ironía. Sonrien, se acarician con la mirada, se mienten en cada beso componiendo un falso cortejo sin latido ni corazón, haciendo que aumente mi envidiosa angustia.
Como quisiera ser como ellos, embriagar a mis sentidos con oscuros tragos de olvido y despertar esa diabólica parte que oculta todo ser, convirtiendome en un convulsivo depredador de bellos rostros sin alma.

Pero no puedo, estás tan dentro de mi que te has fundido en mis venas, mis arterias, mi corazón.
Vivo sólo para recordarte en sonetos arrebatados a la nostalgia, que armonizan el espacio y el momento del beso frío, hechicero, depredador.
Cada noche me fundo con mi viejo piano, anhelando romper algun dia este magnetismo que me ata a ti a través de su embriagadora melodía.
Ya no recuerdo tu rostro, ni tan siquiera tu nombre. No se si nuestro amor fue furtivo o se dilató en el tiempo, pero me dejaste profundas huellas grabadas en el deseo, las cuales no he podido borrar y que cada noche se hacen más profundas al fundir mi nostalgia con este viejo piano.

La daga pensante.