La noche se arrodillaba a sus pies, como fiel sumisa de su mirada.
El recuerdo de siglos pasados, cubría la soledad de su alma y hasta el hechicero miedo, reverenciaba su sombra.
Nadie sabe cuantos siglos ha vivido, ni cuantas almas ha destrozado con su belleza.
Pero cuentan, que hasta el mismo señor de las tinieblas rindió culto a su presencia, entregándole la inmortalidad como forma de pago a su gélida sonrisa.
Amelia, Amelia susurra el silencio vacío de un corazón ausente. En su andar no asoma la piedad, ni en sus palabras el consuelo.
Dios la evita y el diablo la agasaja, mientras la humanidad sigue su curso ausente de una realidad de siglos que se mecen entre la penumbra y el misterio.
Pocos son sabedores de su presencia.
Pocos se atreven a mencionar su nombre, sin que un sugestivo escalofrío les recorra el cuerpo.
Mientras ella, vaga entre mortales sin latidos en el corazón y una herida en el sentimiento.
Noche de primavera siglo III.
El hombre vivía adorando la cruz, defendiendo la cruz, conquistando por la cruz.
La joven Amelia, soñaba con noches iluminadas de pasión y ternura junto a su amado.
Su mundo los tulipanes y el hermoso valle de Hart, donde la vida era apacible y tranquila.
La llamada de Dios, se apoderó de su alegría y su amado partió en nombre de la cruz a tierras lejanas.
Años aguardó la bella Amelia, años de esperanzas que fueron arrebatados al escuchar el lamento escrito por su amado: "Dios, me ha dado la espalda Cara Amelia. Muero en agónico sufrimiento. Las almas que he arrebatado, me torturan en la noche. Adiós amor mío."
Amelia con sangrientas lágrimas, atravesó su corazón con el filo de una daga, pero tal era su dolor, que su corazón no le sangró ni la vida escapó.
Se le heló la mirada haciéndole más bello el rostro.
Su sonrisa se volvió atractiva, pero vacía.
Y su cuerpo, un magnético embrujo para los hombres de fe, que mueren al conocerla mientras ella busca su fría venganza en la oscuridad de la sumisa noche.
Año tras año, siglo tras siglo, alma tras alma.
La daga pensante.
El recuerdo de siglos pasados, cubría la soledad de su alma y hasta el hechicero miedo, reverenciaba su sombra.
Nadie sabe cuantos siglos ha vivido, ni cuantas almas ha destrozado con su belleza.
Pero cuentan, que hasta el mismo señor de las tinieblas rindió culto a su presencia, entregándole la inmortalidad como forma de pago a su gélida sonrisa.
Amelia, Amelia susurra el silencio vacío de un corazón ausente. En su andar no asoma la piedad, ni en sus palabras el consuelo.
Dios la evita y el diablo la agasaja, mientras la humanidad sigue su curso ausente de una realidad de siglos que se mecen entre la penumbra y el misterio.
Pocos son sabedores de su presencia.
Pocos se atreven a mencionar su nombre, sin que un sugestivo escalofrío les recorra el cuerpo.
Mientras ella, vaga entre mortales sin latidos en el corazón y una herida en el sentimiento.
Noche de primavera siglo III.
El hombre vivía adorando la cruz, defendiendo la cruz, conquistando por la cruz.
La joven Amelia, soñaba con noches iluminadas de pasión y ternura junto a su amado.
Su mundo los tulipanes y el hermoso valle de Hart, donde la vida era apacible y tranquila.
La llamada de Dios, se apoderó de su alegría y su amado partió en nombre de la cruz a tierras lejanas.
Años aguardó la bella Amelia, años de esperanzas que fueron arrebatados al escuchar el lamento escrito por su amado: "Dios, me ha dado la espalda Cara Amelia. Muero en agónico sufrimiento. Las almas que he arrebatado, me torturan en la noche. Adiós amor mío."
Amelia con sangrientas lágrimas, atravesó su corazón con el filo de una daga, pero tal era su dolor, que su corazón no le sangró ni la vida escapó.
Se le heló la mirada haciéndole más bello el rostro.
Su sonrisa se volvió atractiva, pero vacía.
Y su cuerpo, un magnético embrujo para los hombres de fe, que mueren al conocerla mientras ella busca su fría venganza en la oscuridad de la sumisa noche.
Año tras año, siglo tras siglo, alma tras alma.
La daga pensante.