viernes, 24 de febrero de 2012

El secreto de Nogles.

Cuando la verdad se funde en el tiempo y este se quiebra ante la longevidad de los años, las historias germinan en leyendas errantes de boca en boca, ajenas a un principio y  lugar.
Quizás sea este uno de los motivos por los que ningún ciudadano de Nogles, se atreve a dar por ciertas las leyendas de la marquesa Maria Isabella.
Mujer a la que los siglos, convirtieron su vida en tinta y la tinta en historia.
Cuentan aquellas voces cansadas por el trillar de otoños pasados, que al este de Nogles el marqués de Isabella, descendiente del rey Fonsio IV, después de cansadas y cruentas batallas decidió aparcar la fría armadura por el calor de su castillo a la sombra de los biblicos valles, complices de la sangre y el linaje.
A la caida del ocaso, cuando el ganado es recogido por el temor a los lobos y al extravio en la noche oscura, la vida enmudece en los campos y pastos.
Dicen las voces que sostienen la verdad en el tiempo, que el descendiente del rey Fonsio IV, quedó prendado de la benjamina del sultán de Yagrum, a quien dió muerte en el campo de batalla.
La joven fue desposada a la fuerza, quedando poco tiempo después embarazada. Cuatro semanas antes de dar a luz, la princesa buscó purificar su linaje clavandose una daga justo donde germinaba la semilla del bélico barón. La afilada y cortante hoja atravesó el vientre, perforando el útero y pinzando al feto.
La desdichada hija del sultán, murió desangrada. A su lado con apenas ocho meses, un  pequeño ser también fallecía.
Con el ego herido, el marqués de Isabella, dispuso el funeral levantando un altar en el cual cremar ambos cuerpos. Primero la madre, después la hija, que al ser depositada se aferró con fuerza a la mano de su progenitor sonriendo.
El hombre de las mil batallas perplejo ante tal muestra de vida, no podía dar crédito, él que conocía la vida y la muerte en todas sus formas.
Reuniose el marqués con los consejeros espirituales de la región de Nogles, y estos aconsejaron deshacerse del bebé.

-No es humano, no existe ilustración posible que explique tal milagro, salvo  en aquellos libros  de hechizos y brujería.
El descendiente del rey Fonsio, dispuso sentencia a su propia descendencia. Los sabios se ofrecieron para dar fin a la criatura recién devuelta a la vida, pero no estaba, había desaparecido.
Orondio, marqués de Isabella, encolerizado registró cada palmo de su castillo, bosques, llanos, praderas, hogares.
Busqueda infructuosa, el bebé no aparecía. El temor a lo desconocido le acechaba.
Ordenó que ningún miembro del castillo hablase o comentase tal suceso, enterrando así la verdad vivida.
La noche reinaba con negra presencia, cuando voces lejanas, inocuas, inertes enturbiaron el morferico silencio en los aposentos del marqués.
-La sangre se calma con sangre- rezaban las voces.
-¿Quién osa enturbiar mi descanso? Dar luz a vuestro rostro. Salid de la oscuridad que os envuelve.
-Solo la sangre calma la sangre- volvía a repetir el coro inerte.
Espada en mano, Orondio, descorrió las sedosas cortinas que cubrían su lecho y de un salto fue al encuentro de la voz. En su lugar dislumbró la silueta de la  niña perdida.
El marqués levantó su pesada arma con el deseo de dar fin a la pequeña criatura, cuando sus oidos volvieron a captar la misma cacofonía.
-No podrás matar aquello que el pecado ha engendrado. Tu ser, vivirá atado al maleficio de la vida y la muerte. Alimentala y te alimentarás, destruyela y te destuirás. El mal vive en tí, en ella.
Metamorfosis fundida en un rostro esculpido en cantos de sirenas.
Dispuso el asustado hombre aposentos para tan extraño ser, en el cual sólo él y una institutriz podían adentrarse.
La noche, el alba,el alba, la noche seguían su curso dando vida a lo que vida siempre tuvo, descubriendo la verdad oculta.
La pequeña contaba con un año y seis meses de vida, cuando al renacer de las estrellas, de un día olvidado su instinto hizo acto de presencia.
Alimentaba la institutriz a la niña en el justo instante que esta, transformandose en una criatura de dificil descripción nada imaginable a la mente humana, devoró su pecho succionanado hasta la última gota de sangre.
                                                       ............................................

                                                               Continuará.

La daga pensante.

lunes, 20 de febrero de 2012

Manuela.

     A mis tres meses de vida, la avaricia blanca me arrancó de los brazos de mis padres, introduciéndome en un barco lleno de dolor, odio y llanto.
     Mi destino, un mercado en una Isla de America, donde me tiraron a la espera de que alguien me comprara. Pasé horas entre frutas y hortalizas podridas, las moscas se posaban en mi cara y mi llanto no era reclamo caritativo para nadie.
Parecía que el mundo se había olvidado de mi existencia, hasta que alguien reparó en mi.
-¿Cuanto cuesta esa cosa negra?
-Si esta viva... te la dejo por tres monedas de plata.- respondió un ser cuya alma estaba fundida en el infierno.
-Me la llevo.
      Aquel hombre me sacó de las frutas y hortalizas podridas, llevándome a una finca pequeña, donde quizás hubieran ciento cincuenta cabezas de ganado y unas cuantas hectáreas de tierra sembradas con caña. El buen samaritano, descendió de su calesa, llamando a su esclava domestica de confianza.
-Toma Tomasa, dale un buen baño a esta criatura. Y rescata la cuna de mi hijo de donde esté y ponla en mis aposentos, después lleva allí a la niña.
      Aquella negra, me recogió en sus brazos con una ternura materna, se detuvo en mi recién empezada cabellera, y jugando con ella preguntó:
-¿Y como la llamaremos amo?
-La llamaremos Manuela.
      La obediente esclava cantandome una vieja nana, me llevó a la cocina. En una batea me dio un baño con flores de azucena, después me hizo tomar un poco de leche endulzada con miel y me introdujo en la cuna, para que pudiese descansar mi pequeño cuerpo.
Ya bañada, mi amo se acercó y me observó con detenimiento.
-Tienes algo especial, Manuelita. No eres un ser humano normal. Ningún bebé, hubiese resistido el viaje y mucho menos el calor de esta región, es como si el destino me enviara a traves de ti una señal. Por eso, desde hoy, haré un pacto contigo y con dios. Delante de los blancos, te trataré como una negra más, pero cuando estemos solos, te cuidare igual que esa hija que un día se me fue.
Yo sonreía como si ya desde entonces, comprendiese el sentido de las palabras.
Así crecí, trabajando de esclava domestica.
      A mis cinco años, mi obligación en la casa era ayudar a Ma Tomasa en los que haceres de la cocina. Los hombres blancos que trabajaban en la finca y los que iban de visita, se burlaban de mi por mi corta estatura, solían llamarme monita y a veces iban más allá tirándome plátanos. Mi amo nunca reparó en tal daño moral, quizás porque jamás me vio llorar ni molestarme con la situación. Yo solía poner una sonrisa ante la desagradable escena y él, hacia como que no veía nada.

      Por las tardes, a la caída del sol, caminabamos por la finca. A mi protector y señor, le gustaba sentarse en un tronco caído a la orilla del camino y contemplar las estrellas, decía: "que todo hombre necesitaba conversar a solas con sus pensamientos."
-No olvides Manuela,- me repetia- en la vida no hay amigos o enemigos, sólo aliados. Observa antes de hablar y nunca discutas. Reflexiona.
      Me hacia bien escuchar sus palabras, a la vez que me acercaba a sus brazos en busca de calor paterno, él notaba mi pequeño cuerpo y me empujaba de forma cariñosa. Empezábamos a reír, disfrutando de las tardes hasta que la noche reinaba de lleno.
      Cada mañana para mi era la misma rutina, salvo cuando llegaba el maestro del primogénito de la casa. Yo le pedía permiso a Ma Tomasa y me escondía detrás de la puerta, a escuchar las lecciones. Me gustaba oír historias de guerras pasadas, disfrutar con el sentido de la aritmética y sobre todo, dejarme llevar por el compás de la música.
      Un jueves me encontraba en mi pequeño rincón, escuchando aquellas lecciones, cuando sentí el eco de la voz de mi amo proveniente de la sala. Su voz era ronca y dura, discutía acaloradamente con unos tratantes de ganado. Sin hacer apenas ruido, me acerqué despacio e hice lo que mi buen señor me enseñó. Observé la situación y me dirigí al piano, con suavidad abrí la tapa, me senté, respiré hondo y comencé a ejecutar una pieza de Mozart.
Aquellos hombres al escuchar la melodía, se quedaron atónitos, sus miradas reflejaban incredulidad y asombro. Cuando terminé, ellos en vez de aplaudirme, se rieron hasta perder el aliento. Yo con el mismo sosiego con el que me senté, me levanté y me volví a la cocina.
-¡Caray!, no te vayas monita.- Me gritó uno. -Toca otra cosa y demuestra que los monos sois más inteligentes que los negros.
Mi amo apretó su fusta con rabia, le miré a los  ojos y con  tranquilidad regresé al piano. Toqué la misma pieza una y otra vez, hasta que aquellos estúpidos, calleron borrachos de tanto aguardiente.
Esa noche mi señor hizo un gran trato, vendió todas sus terneras y algunas vacas para leche. Y aunque en sus ojos brillaba la satisfacción por la venta realizada, me abrazó y con pena me dijo:
-Gracias Manuelita, necesitaba vender ese ganado. Pero también esta noche, he vendido tu orgullo.
Le sonreí y con serenidad contesté:
-Soy esclava señor mio, no tengo propiedades.
-A partir de hoy sí. Te encargarás de ir a comprar al mercado y ¿sabes que?, tendrás tu propia carreta con caballos. Pero dime Manuelita, ¿quién te ha enseñado a tocar el piano?
-Suelo esconderme tras  la puerta, cada vez que llega el maestro Euspicio a darle clases al señorito, y memorizo donde él pone sus manos.
      Don Miguel, que así se llamaba mi amo, soltó una sonora carcajada. Sirvió un poco de aguardiente en dos copas cediendome una a mi.
-Desde hoy, darás clases de todo. Pero tendré que mandarte a la casita del río, aquí no podrá ser. Vendrás todas las mañanas a ayudar a Tomasa y por las tardes, recibiras las lecciones. Y ahora, tomate el trago "monita".
Aquel líquido me quemó por dentro, pero siendo sincera, me gustó y desde entonces a estado presente en mi vida.
      Al día siguiente, mi amo selló el pacto con aquellos indeseables y yo, volví a representar mi papel de la mona y el piano. El día transcurrió entre risas y plátanos que rebotaban en mi cabeza, pero aquellos hombres, jamás regresaron a su lugar de origen.
 Les introduje polvo de sapo en el café, un veneno que me enseñó a preparar  Ma Tomasa para aliviar la angustia de los perros a la hora de morir. La dosis introducida, tenía un retardo de unas doce horas, tiempo suficiente para que salieran de la finca y murieran llegando a su destino.
Nunca nadie sospecho nada y todos recibimos nuestra  justa recompensa.
Mi amo, su trato con el ganado. Yo mi carreta con sus caballos. Y ellos, la muerte.

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La daga pensante.

Estas son las dos primeras páginas de mi primer libro.

lunes, 13 de febrero de 2012

The mouse.

Una furtiva lágrima, se deslizaba por la mejilla de Pepe, mientras que con gesto nostálgico, extendía una solida lona sobre su torno para madera.
-Cuatro generaciones han vivido de esta carpintería- se repetía de forma mental, mientras paseaba con la vista cada palmo de la gran nave.
Cuatro generaciones que ven poner fin, de forma especial la herencia que me entregaron.
La crisis y alguna banal mala inversión, junto con la falta de mercado, constituyeron la formula por la cual la carpintería "Ibarra", ponía fin a su historia al sur de Tirso de Molina.
Pepe con paso cansado, termino de extender la pesada lona, para después recoger de la mesa de recepción un manojo de llaves. En su bolsillo, sólo habitaba un euro, y en su ego la derrota.
Se dirigió al bar de costumbre, en el cual, durante veinticinco rutinarios años, se había tomado su café sin azúcar, hablado del Madrid de sus amores y del orgullo de ser de Tirso de Molina.
-Hola Pepe, ¿lo de siempre?- preguntó el dueño del bar, y con voz consoladora, prosiguió.-Tranquilo amigo, de esta se sale.
-No lo se Manuel, no lo se. Hoy me ha llegado el ultimo aviso del banco, donde me reclaman el préstamo integro de la hipoteca. Y la carpintería solo me da perdidas.
-Pepe tu sabes que yo...
-Tranquilo amigo,- lo interrumpió Pepe -toma, cobrate que hoy no tengo el cuerpo para mucha fiesta.
-Dejalo Pepe, la casa invita.
Pepe con gesto serio sonrió y con voz pausada dijo:
-No me ofendas Manuel, cobrate. No me hagas sentir peor.
El dueño del bar esbozó una media mueca, imitando una sonrisa. Recogió de la barra el euro a la vez que veía alejarse al derrotado carpintero.
Pepe se detuvo delante de la puerta de su adosado. Tomó aire, saco de su bolsillo el manojo de llaves y entró en casa. Sobre la mesa, un sin fin de facturas a las cuales miró con gesto despreciativo, y sin detenerse en ellas, corrió directo al ordenador.
-Por lo menos no han cortado el Internet.-Se dijo a la vez que tecleaba su dirección de correo.
Llevaba ya un buen rato el madrileño, leyendo su correo, compuesto de propuestas de trabajo denegadas, publicidad y algún que otro mail de viejos amigos, cuando de repente su ordenador se quedó en blanco. Pepe con cara de estupor, observó su ordenador y golpeando la mesa gritó:
-¡Que pasa!
-No pasa nada, José Ibarra. ¿O le gusta más Pepe?. -Contestó una voz a través del ordenador, al unisono instante en el que en la pantalla aparecía un mouse como logo.

-¡Que es esto!¿Una broma?- preguntó el carpintero con cara de incredulidad, cerrando de un gesto su ordenador.
-Abre el ordenador Pepe y escucha. Tenemos una propuesta que hacerte.
El asombrado vecino de Tirso de Molina, asustado, volvió a abrir el ordenado y con voz serena dijo:
-Escucho.
-Esto no es una broma señor Ibarra, es real. Has sido seleccionado en un juego millonario.
-Venga hombre por Dios.-Interrumpió Pepe.
-Callese y escuche. Levantese y dirijase a la mesa del salón. Allí encontrará justo al lado del montón de facturas, un maletín de piel. Acerquelo al ordenador por favor.
Pepe, que no salia de su incredulidad corrió hacia el salón  donde encontró el maletín, y con voz alterada volvió a preguntar:
-¿Pero quienes sois?¿Como habéis entrado en mi casa?
-Eso no importa ahora. Centrese y escuche. Marque los siguientes dígitos para poder abrir el maletín, 0004.Verá  seis compartimentos y un séptimo en la parte superior. ¡Lo ve!- Gritó la voz.
-Si lo veo, siga.
- Los seis compartimentos contienen seiscientos mil euros, y el séptimo un revolver. El juego consta de seis etapas. El revolver tiene una bala, no  le seria difícil deducir que jugaremos a la ruleta rusa. En cada etapa superada, se abrirá un compartimento de forma automática. Si supera todas las etapas, sume usted. Si no supera la primera etapa, no dejará herencia, tiene treinta segundos para clickar en el mouse y comenzar el juego.
-Estáis locos- gritó el arruinado carpintero,-queréis que me juegue mi vida por dinero. Os devuelvo el maletín.
-Tienes mil razones, dos hijos y una mujer para aceptar Ibarra. Y solo una para decir que no. -argumento la voz, y tras una breve pausa prosiguió. -Como le dije, pasados treinta segundos acaba su oportunidad. Y quizás esta sea la única vez que tenga para que sus hijos no duerman en la calle. Treinta segundos y empezamos.
Pepe se levanto de su asiento, en su cara la desesperación era más que evidente. Por su mente surcaban miles de ideas como saetas, en un acto reflejo, visiono la cantidad dispuesta en el maletín y con gesto resoluto clickó.
-Bien señores, empieza el juego.
La pantalla del ordenador que hasta entonces permanecía con el logo del mouse, se cuadriculo en seis caras distintas. El arruinado carpintero, giró con rabia el tambor del revolver, apuntó a su sien y disparó, escuchando un click. Se había salvado.
Un compartimento del maletín se abrió de manera automática. El vecino de Tirso de Molina, no miro el dinero, volvió a girar el tambor y escuchó otro click. Dos etapas superadas.
Por su rostro corría un sudor frío, mientras la adrenalina enajenaba sus sentidos.
Otra vez volvió a girar el tambor y a escuchar otro nuevo click. Otro compartimento abierto.
Sus ojos cerrados al todo, se iluminaron al ver un rostro ensangrentado en la pantalla del ordenador. Conciencia furtiva del peligro que acechaba.
Pepe frunció el ceño, ya tenia ganado un millón ochocientos mil euros, debía seguir. Agarró la foto de sus hijos con rabia y volvió a girar el tambor, otro click y otro compartimento abierto.
-Dios esta de mi lado- pensó el carpintero.
Volvió a girar el tambor, a la vez que un grito desesperado irrumpió en la habitación.
-¿Que haces cariño?¿Que haces con esa arma? Sueltala.
-Vete Maite, vete y cierra la puerta.
La mujer se abalanzó en busca del revolver de manera desesperada, recibiendo un fuerte empujón por parte del ya kamikaze carpintero, que en un decisivo impulso se volvió a disparar. Otro click.
Pepe sonrió a carcajadas, mientras Maite, su mujer, asustada y con cara de estupor le rogaba.
-Pepe por dios que haces. No sigas. Estas loco. ¿Qué significan esas personas muertas que aparecen en la pantalla del ordenador?. Pepe escuchame, suelta el arma.
José Ibarra con temeridad y valor, producido por una elevada sobre dosis de adrenalina, se acercó a su esposa, besándole cada lágrima que corría por sus rojizas mejillas para después voltear sobre su eje, y sin girar esta vez el tambor, dispararse en la sien, escuchando el ultimo click.
-Bien señor Ibarra, ha ganado usted. Disfrute de su dinero.
El descendiente de cuatro generaciones de carpinteros, con la mirada perdida y el pulso tembloroso, levanto el revolver apunto al ordenador y disparó. Un fuerte ruido acompañado de un intenso olor a pólvora lleno la habitación, donde el ya no arruinado madrileño, reía enajenado abrazado a su esposa.
-Somo ricos, muy ricos cariño. Ya todo acabo. Al diablo con la crisis.
Alegría tras la tensión y el valor. Alegría tras la osadía y la adrenalina.

Mientras que a doscientos kilómetros de Tirso de Molina, una joven tendera decía adiós a sus ahorros y a los sueños de prosperar en la vida. Su cuenta en una web de trabajo, era su única salida. Visionaba la joven tendera aquellas propuestas enviadas, cuando de repente, la pantalla de su ordenador quedó en blanco.
-Que ha pasado?- se preguntó.
-Hola Elena ¿o te gusta más Lena?- Contestó una voz al unisono instante en el que aparecía el logo de un mouse.......

La daga pensante.

jueves, 9 de febrero de 2012

La corona de la muerte.

Caminaba el profeta por una tierra bañada en sangre y miedo. A su horizonte, los hombres yacían sin vida tendidos, con la mirada inerte en un atardecer perdido. Las nubes jugaban a transformarse en dulces imágenes, quizás conscientes del dolor humano. Mientras el profeta, hincaba en cada huella su cansado cayado.
El silencio imperante en aquel escenario de cuerpos silentes, fue roto por el sollozo de un niño. El profeta, buscó entre armaduras y yelmos la voz que alumbraba el ocaso de la muerte, sembrando en el su semilla.
Convirtióse aquel niño que desafiante lloraba, en la sombra del desgastado cayado.
Olvidó el niño el llanto por la espada, el hambre por la guerra, la sed por la conquista, la inteligencia por la ambición de su viejo maestro, quien le entregó las huellas de su pasado en cuartillas de rencorizada nostalgia.

-Kistor, te llamaras Kistor I. Exclame el día en el que me fuiste entregado por los dioses, esos que quieren hacer de ti el más grande de los hombres. La espada y la sangre, serán tus guardianes. Y Britania, tu reino. Así lo dispuso el cielo y así lo recogerá el tiempo.
El joven Kistor espada en mano, abrazó con el alma las proféticas palabras, y a lomo de su blanco corcel, vio desdibujarse la figura del anciano profeta.
Ríos, montañas, llanos y praderas fueron testigos de sus actos, nadie podría asegurar cual era su verdadera naturaleza, a veces maléfica y sangrienta, otras generosa y honesta.
Su fama crecía radiando casi más que el sol, aquel niño que solo lloraba en un campo de batalla y que un día alejose de su profeta mentor a lomos de su blanco corcel, dirigía un ejercito de treinta mil hombres. Hombres de toda estirpe esclavos, ladrones, comerciantes, negros, blancos, para él solo existía una naturaleza, la sangre.
Las mujeres lo aclamaban como el poeta al verso, y los hombres lo temían. Nadie osaba enfrentarsele y mucho menos discutir sus pocas palabras.
Britania entera temblaba ante su eminente llegada. Los exploradores veían cada vez más cerca la estela de su sangrienta presencia. Y el viejo profeta, reía ante el relato de sus crueles batallas.
Su paso laceraba el reino, destruyendo todo aquello que el humano por aquel entonces, con limitada inteligencia levantaba.
Los hombres eran masacrados, las mujeres convertidas en esclavas y los niños adoctrinados en el arte de la guerra.

No existía consuelo ni esperanza para el reino de Britania.
Kistor I el Sangriento, había dispuesto batalla, para él la rendición no era un fin. Vivir, luchar, morir, era su máxima.
El rey Jacob, dispuso sus huestes en aquel mismo campo de batalla donde años antes el sangriento lloraba. Las flechas silbaban, el acero rugía y la sangre manaba regando la tierra junto con la desesperanza.
Britania herida de muerte, se rindió a los pies del Sangriento, y humillada dispuso coronarlo al alba. Unisono gesto que el viejo profeta observaba. Foseba, la diosa de la muerte la inmortalidad a su discípulo entregaba, a la vez que el pueblo adoraba un trono de lágrimas, destrucción, sangre y venganza.

La daga pensante.

martes, 7 de febrero de 2012

En cinco pasos II. "Jaque al rey".

Siete horas bastaban, para que Albert desatara un rosario de improperios hacia todas direcciones. El quejarse de su suerte, adormecía los agónicos suspiros de una vida que acaba.
En la soledad de su casa, el genial psicólogo, se despojaba de toda sabiduría aprendida, para convertirse en el más primario de los hombres.
En su diestra, un gran vaso de whisky escocés dispuesto a ser devorado de un trago y en la mente, el deseo de caer rendido ante el graduado alcohol.
Un eco sonoro salido del timbre de su puerta,  lo despertó de tan apetitoso deseo:
-¿Quién será el que a estas horas desea molestarme?- se preguntaba a modo de reflexión, mientras se dirigía a la puerta.
-Hola inspector. Está usted adquiriendo la molesta costumbre, de recordarme que sigo vivo.- Dijo esbozando una irónica sonrisa.
-Albert, siento molestarte a estas horas. Pero necesito hablar contigo. ¿Puedo pasar?
-Si amigo, total no tenía nada importante que hacer a las dos de la madrugada.- Respondió sarcásticamente el enfermo psicólogo, a la vez que cerraba la puerta y preguntaba.- Cuenteme, ¿que le trae de cabeza?.

El inspector dejó caer sus cansados noventa kilos, sobre un confortable sillón, a la vez que extraía de su maletín una carpeta azul.
-Hace meses, viejo amigo, que intentamos resolver un caso de asesinato múltiple, pero no podemos encontrar pauta en los crímenes, aunque pensamos que están relacionados el asesino no deja rastro viable para la ciencia forense.
El inspector, se inclinó dirección a la mesita donde esperaba aquel largo trago de whisky, y con rutinaria maestría, abrió en forma de abanico unas fotos.
-No es solo esta la razón que lo trae a mi hogar- comentó Albert mientras observaba, con psicológico detenimiento cada imagen impresa en el papel.
-Claro que no viejo amigo. La razón que me ha hecho venir, es que en el último escenario, el asesino, dejó un peón.
El rostro de Albert, enrojeció y de un titánico golpe, se elevó de su sillón, y con voz clarividente dijo:
-Dame la nota inspector.
-¡Como sabe que también dejo una nota!
-Que me des la nota te digo.- Gritó el enfermo psicólogo.
El asombrado policía, extrajo de la carpeta azul una nota plastificada, la cual Albert empezó a leer en alta voz.
"Caro amigo:
Cuanto tiempo hace que no jugamos a una partida de ajedrez. ¿Veinte años, quizás más?.
Te propongo un reto, juguemos, pero esta vez con piezas de verdad. Treinta y dos personas para ser exacto. Si me atrapas, evitarás sus muertes, sino, jaque y vuelvo a empezar.
No estoy loco, viejo amigo. Estoy iluminado.
Te equivocaste al expulsarme de tu lado, yo que te lo di todo. Mis años, mi mente, todo.
Ya va siendo hora de cobrar.
Y voy a cobrar con sangre, manchando tu prestigio".
Una fuerte tos, hizo que el psicólogo esputara una gran mancha de sangre sobre su pañuelo, y mirando al inspector, exclamó:
-¡Amigo mío, suerte con la investigación!

El cansado policía sonrió mientras depositaba lentamente, otra nota sobre la mesita. Albert, con asombrado gesto recogió la nota, leyendola en alta voz.
"Se que no aceptarás, no esperaba menos de ti, conozco tu psiquis egoísta. Pero que te parece si coronamos a tu hija Sintia, como la dama de este juego.
Ahora si que he captado tu atención, viejo enfermo."
Albert con estudiado gesto, volvió a depositar la nota en la mesita, y reclinando su cuerpo contra la pared.
Profetizando dijo:
-Donde estés te buscaré. A donde vayas, te seguiré. Y rezale a Dios o a lo que creas, Leonardo, que te encuentre la policía antes que yo. Porque el dolor, será placer comparado con lo que te haré sentir.
                                                  
                                                                      ...
                                                                Continuará.

La daga pensante.

sábado, 4 de febrero de 2012

Llora la noche.

                                                Llora la noche al no ver tu presencia, 
                                                buscando en ella el mas elevado pensamiento.
                                                Te extraña el silencio oculto tras el desvelo.
                                                Lloran las horas, los recuerdos,
                                                los momentos perdidos en los callejones de San Lorenzo.
                                                Te anhela el verso que invoca al amor y el desconsuelo.
                                                Te extraña el rincón aquel,
                                                donde acostumbrabas a escribir tus más bellos sonetos.
                                                El café se enfría y un cenicero,
                                                se inquieta por aguantar tu aliento.
                                                Y tu perdido.
                                                Encerrado en ti mismo,
                                                desoyendo el susurrante deseo.

                                                Evitando el más bello momento
                                                en el que la tinta se convierte en verso,
                                                despertando al personaje
                                                del longevo sueño.
                                                Te reclama el cielo,
                                                donde las estrellas mueren naciendo el deseo,
                                                y el trasnochado canta,
                                                con descompasado sello.
                                                Llora la noche esperando en silencio,
                                                que algún día,
                                                vuelva a pisar la musa
                                                los callejones de San Lorenzo.
                                               Acompañando al poeta, al pintor de sueños,
                                               a las mágicas manos,
                                               que convierten a la tinta en verso.


La daga pensante.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Mienteme.

Mirame a los ojos y mienteme.
Dime que tu corazón, por mis besos no muere.
Que en las noches no anhelas la silueta de mi cuerpo, acompañando tu dormido silencio.
Que no endulzas el café, con el recuerdo de aquel mal chiste que solo tu supiste comprender.
Mirame a los ojos y mienteme.
Hazme sentir que día a día no empiezo a ser importante en tu vida.
Que solo una escusa basta para largas horas de armonía, conversaciones que encierran palabras prohibidas.

Que al rozar tu mano, mi pensamiento a tu alma acaricia.
Mirame a los ojos y atrevete, a disimular lo que por mi sientes.
A engañar al consciente impulso,  de en un abrazo a mi lado perderte.
Volar sin destino al más alto paraiso, recorriendo el río que al sentimiento aviva.
Descubriendo la miel que guardan mis labios por ti ardientes.
Mirame de frente, llenate de valor y mienteme.
Para sentir que es cierto todo lo que por mi tu sientes.

La daga pensante.