miércoles, 28 de septiembre de 2011

Dos caminos y un sendero.

Nacimos los dos a la vez, convirtiéndonos en cuerpo y alma. Tú eras el cuerpo, yo el alma de un niño llamado José. Pero desde el mismo instante en el que él nació, algo en ti y en mí nos hizo distinto. Y aquel niño desde temprana edad, comprendió que su cuerpo y su ser se dividían en dos mitades que nunca convergerían en un mismo destino.
Su cuerpo estaba diseñado para jugar al fútbol, a la trompa, mientras su alma le pedía muñecas y casitas. Dura y difícil textura, luchar contra algo que no entiendes. Largas horas de soledad, intentando no descubrir lo que su alma pedía a gritos.
Un día se miró al espejo mientras olía las colonias que su madre guardaba en el tocador, y de manera inconsciente, cogió los polvos y empezó a colorear se cara, dibujando en ella una silueta femenina con la que empezaba a identificarse. De repente su madre entró y las lágrimas de José, desdibujaron aquel reflejo de su yo interior. Mamá lo atrajo a su regazo y entre sollozos le dijo: Será nuestro secreto, que quizás debemos compartir con papá.
Pero papá era demasiado retrogrado para entender los complejos caminos de la naturaleza humana, cayendo en un profundo rechazo y resolviendo  alejarse de aquel niño, al cual culpaba de todas sus desgracias.
 Haciéndole comprender que su futuro estaría marcado por la incomprensión y el rechazo.
Pero tenía la complicidad de su madre, alianza irrompible que le llevaría a visitar médicos y psicólogos, en busca de un nuevo renacer.
Reasignación de genero le dijeron que se llamaba la operación, pero antes había que empezar un largo tratamiento hormonal en busca del cambio. Otra vez las espinas, se imponían a la felicidad de su yo interior.
Comenzar a vivir con otras características faciales y corporales era su sueño, pero como compaginar su cambio con la convivencia diaria de chicos que no entendían lo que veían. Las bromas eran duras, de mal gusto, y algún día que otro, sus ojos reflejaban un morado intenso. Dolor que lo hacía más fuerte en liberar su verdadero yo. Su madre temía que algún día, aquellas palizas lesionaran seriamente a su niño. Pero él les restaba importancia, ya que tenía la compasión suficiente de perdonar a los que no le comprendía.
Su voz empezó una batalla entre los tonos graves y agudo, su silueta se desdibujó tomando anchuras femeninas, sus pechos empezaban a crecer y en su rostro ya casi no quedaban huellas de aquel niño que se llamaba José.
Su cuerpo estaba listo para reasignarle un nuevo sexo, su mente también. los especialistas daban informes positivos, así que una tarde de mayo, aquel niño hoy convertido en mujer, desarraigó de su vida aquello que aún le recordaba que su alma había estado prisionera en un cuerpo equivocado.
Al salir de la operación José, se abrazó a su madre, su vida había sido reescrita. Su pasado no era más que un mal sueño del que casi nadie se acordaba. Ya era mujer y podía mirarse al espejo sin engañar a su mente con  ilusiones ópticas. Ahora el reflejo era real, y la satisfacción constante.
En su documento nacional de identidad rezaba el nombre de María José, combinación de su propio nombre y el de esa mujer que le ayudo en el largo y difícil camino hacia la libertad corporal.
Cuarenta años hace ya que nos conocimos, cuarenta años que el destino quiso regalarle a una familia un niño con alma de mujer. Un niño que sin temor, se enfrentó a si mismo y con voluntad resoluta hoy vive en el cuerpo soñado con la libertad anhelada.
La daga pensante.

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