Cuentan aquellos que han vivido lo suficiente como para arrancarle la verdad al tiempo, que existió una época en la que el hombre vagaba libre por la tierra. Una tierra inocente de fronteras, reinos y banderas. Donde la semilla de las sectarias religiones no habían germinado en la sugestiva conciencia humana.
Cuentan aquellos que han vivido lo suficiente como para arrebatarle la verdad al tiempo, que mientras el hombre descubría su propia existencia en el reino de los cielos, Destinia reina suprema, traía a la vida gemelos, Egos y Ados. Dos príncipes que nacerían con la misión de velar por el bienestar del hombre en la tierra.
Al mismo ritmo que crecían los gemelos, también crecía el despertar humano. El hombre conquistaba los elementos haciéndolos suyos, y los dioses conquistaban la conciencia mortal, enseñando a través de la iluminación, el principio de lo que llamaban la gran humanidad.
Egos y Ados veían envejecer a su regente madre, y aunque la muerte no era un principio inmortal, el cansancio de siglos de vigía, hacia mella en ella que observaba cual distintos eran sus dos gotas de agua.
Egos era débil, manipulador. Ados, valiente, honesto.
Diferencias irreconcilliables nacidas de las entrañas de la reina del tiempo y la sabiduría.
Llegaba la hora de decidir el destino de los dos príncipes, y la reina Destinia, tomo una coherente decisión. Dividiría a los hermanos, enviando a Egos a convivir con los hombres y dejando a Ados, en el reino de los cielos.
Los gemelos inmortales aceptaron y dispusieron cumplir su destino.
Egos descendió a la tierra convirtiéndose en el primer rey que conocería el hombre, y Ados tomó posesión en el reino de los cielos.
Los hombres extasiados por tan magmanime presencia, adoraban al rey inmortal, que pronto descubrió la naturaleza de los humanos. "Los inmortales son sabios, los humanos ignorantes y tal ignorancia los hace débiles, sumisos, incapaces de rebelarse", reflexionaba el joven rey que cada día ganaba más poder.
La tierra cambiaba a disgusto de la mirada inmortal de Ados. Egos, jugaba con los humanos cual chiquillo con muñecos de arcilla, construyendo y destruyendo civilizaciones.
Ados observaba incrédulo tal caprichoso oprobio a la obra de su anciana madre, la cual dispusose a intervenir.
-¿Que haces Egos?- preguntó la anciana madre.
-Es mi reino, es mi tierra, hago lo que deseo- contestó el arrogante rey.
-No puedo permitir, que destruyas mi creación, hijo.
-Pero tampoco puedes decirme que no lo haga.
-Pues si ella no puede, lo haré yo.- Gritó Ados con furia en la mirada.
-Pues dispongase la guerra.- Sonrió el enardecido Egos.
Inconsciente rey, arrogante inmortal, enfrentar al hombre con sus creadores, a la fuerza con la debilidad.
Egos fue derrotado, y por designio de Ados encerrado en las entrañas de la tierra, pero su semilla germinaba en el humano.
La codicia, la envidia, la ambición eran parte ya del principio mortal. Y por muy lejos que él estuviese del hombre, el hombre le pertenecía por los siglos de los siglo.
Cuentan aquellos que han vivido lo suficiente como para arrebatarle la verdad al tiempo, que mucho antes de que el hombre conquistara el fuego, existió un inmortal, que gobernó la tierra enseñando al hombre a odiar, matar, robar y engañar. Que aún vive regente en el inframundo, llamándose caprichosamente de mil maneras.
A veces diablo, otras demonio y muchas tantas satán.
La daga pensante.
Cuentan aquellos que han vivido lo suficiente como para arrebatarle la verdad al tiempo, que mientras el hombre descubría su propia existencia en el reino de los cielos, Destinia reina suprema, traía a la vida gemelos, Egos y Ados. Dos príncipes que nacerían con la misión de velar por el bienestar del hombre en la tierra.
Al mismo ritmo que crecían los gemelos, también crecía el despertar humano. El hombre conquistaba los elementos haciéndolos suyos, y los dioses conquistaban la conciencia mortal, enseñando a través de la iluminación, el principio de lo que llamaban la gran humanidad.
Egos y Ados veían envejecer a su regente madre, y aunque la muerte no era un principio inmortal, el cansancio de siglos de vigía, hacia mella en ella que observaba cual distintos eran sus dos gotas de agua.
Egos era débil, manipulador. Ados, valiente, honesto.
Diferencias irreconcilliables nacidas de las entrañas de la reina del tiempo y la sabiduría.
Llegaba la hora de decidir el destino de los dos príncipes, y la reina Destinia, tomo una coherente decisión. Dividiría a los hermanos, enviando a Egos a convivir con los hombres y dejando a Ados, en el reino de los cielos.
Los gemelos inmortales aceptaron y dispusieron cumplir su destino.
Egos descendió a la tierra convirtiéndose en el primer rey que conocería el hombre, y Ados tomó posesión en el reino de los cielos.
Los hombres extasiados por tan magmanime presencia, adoraban al rey inmortal, que pronto descubrió la naturaleza de los humanos. "Los inmortales son sabios, los humanos ignorantes y tal ignorancia los hace débiles, sumisos, incapaces de rebelarse", reflexionaba el joven rey que cada día ganaba más poder.
La tierra cambiaba a disgusto de la mirada inmortal de Ados. Egos, jugaba con los humanos cual chiquillo con muñecos de arcilla, construyendo y destruyendo civilizaciones.
Ados observaba incrédulo tal caprichoso oprobio a la obra de su anciana madre, la cual dispusose a intervenir.
-¿Que haces Egos?- preguntó la anciana madre.
-Es mi reino, es mi tierra, hago lo que deseo- contestó el arrogante rey.
-No puedo permitir, que destruyas mi creación, hijo.
-Pero tampoco puedes decirme que no lo haga.
-Pues si ella no puede, lo haré yo.- Gritó Ados con furia en la mirada.
-Pues dispongase la guerra.- Sonrió el enardecido Egos.
Inconsciente rey, arrogante inmortal, enfrentar al hombre con sus creadores, a la fuerza con la debilidad.
Egos fue derrotado, y por designio de Ados encerrado en las entrañas de la tierra, pero su semilla germinaba en el humano.
La codicia, la envidia, la ambición eran parte ya del principio mortal. Y por muy lejos que él estuviese del hombre, el hombre le pertenecía por los siglos de los siglo.
Cuentan aquellos que han vivido lo suficiente como para arrebatarle la verdad al tiempo, que mucho antes de que el hombre conquistara el fuego, existió un inmortal, que gobernó la tierra enseñando al hombre a odiar, matar, robar y engañar. Que aún vive regente en el inframundo, llamándose caprichosamente de mil maneras.
A veces diablo, otras demonio y muchas tantas satán.
La daga pensante.